Poéticamente aprende el hombre
- Andres Borregales
- Jul 25, 2020
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Florencia Franco Figueroa y Andres E. Borregales M

Los antiguos sofistas griegos concebían al proceso que hoy llamamos educativo como algo eminentemente dirigido hacia la formación del orador, desde entonces se sabía de la jefatura del discurso y de la autoridad de la palabra en toda actividad del animal político, es decir, en los auspicios por la construcción del porvenir humano.
En los años de Platón, el ciudadano griego era aquél de cuyo verbo se esperaba algo más que sólo quejas y palabras vacías, siendo que debía saber comunicarse con precisión y de manera convincente, respaldando con argumentos los fundamentados de sus ideas, única vía para orientarse no sólo a sí mismo, sino a toda la nación.
La verdadera función del sofista en la ciudad-estado era participar de la confección de un tejido que se compartía a través de ese pacto simbólico que es palabra y del cual adquiere ésta su valor. La orientación hacia la luz en el proceder fue el motivo primario, el culmen de la motivación del sofista, no sólo porque hablar bien lo hace lucir a uno más elegante, sino porque el discurso construido por cada ciudadano de la polis es su propia ética, su propia visión del ser y del estar.
Cada ciudadano construye de su decir su propio ethos, o sea su propio camino en el mundo a partir de la revelación que le es dada en su relación con la palabra, o sea, con el otro a partir de su propia naturaleza. De ahí que los discursos constituidos en las ciudades por el trabajo inconsciente y creador de las funciones poéticas de la lengua, no sean otra cosa sino la materialización del verbo hecho carne que se llama Historia de la Humanidad y que se pretende enseñar en los colegios como algo que pasó y no como algo que está pasando a cada momento.
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Así construímos mancomunadamente las metapsicológicas que conocemos como discursos y los habitamos como quien sueña profundamente. Tan hondo cohabitan el verbo y la poesía como el hombre y la vida cotidiana, juntos en un estado aletargado y embrutecedor del cual quizás solo el contacto con la mística y la poesía puede despertarnos. De esto habla quien educa, pues así hablaron los poetas, quienes estuvieron entre los hombres mucho antes que los sofistas y filósofos.
En la civilización de los sofistas la elocuencia y el arte de combatir a través de la dialéctica hablada, fueron los caminos por los cuales se pretendió elevar la opinión pública y el espíritu de toda una sociedad.
El bien-decir era considerado un arte en sí mismo y a su vez una destreza que los hombres podían desarrollar, pues hablar era de cierta forma como haber recibido una misión sagrada, a saber, la educación de sí mismos en tanto que oradores.
Como vemos la vida entera del individuo y con él el destino de toda la especie no es sino una oración de un texto que se escribe con el cuerpo, de ahí que la Historia Universal sea la gran fábula de esa escritura real que han sido las vidas de los individuos de la especie desde el principio de la vida y del lenguaje.
Antes de ser filósofos y sofistas los primeros hombres fueron poetas, pues como niños en quienes la imaginación y la fantasía es aún más viva que la reflexión y el juicio, construyeron un hábitat propio a partir de: la reunión en grupos, el seguimiento de leyes y el cumplimiento de tradiciones.
Homero, Hesíodo, Sófocles, Safo son miembros de esa tradición de poetas y poetisas que recibían de las musas las palabras sagradas a través de las cuales se narraba la historia misma de las ciudades-estado griegas, por lo que la poesía - antes que la filosofía y la lógica - fue la primera de las artes y el primer estado de la materia humana. La poesía es la esencia de nuestra condición y la materia misma de esa Historia. Por supuesto es el lenguaje una de las tradiciones humanas más antiguas y sólo a través de ésta podemos recorrer ese nudo que amarra el lazo social y por tanto a la comunidad poética.
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La palabra poesía de origen griego, poiesis, remite a invención, creación pues los poetas son antes que cualquier otra cosa “inventores” de mundos, creadores de ideas, constructores de sueños y liberadores del alma. Los poetas son esos seres que no sólo han conseguido comprender el mundo a través de la palabra sino también “crear el mundo” por medio de ella, ya que la palabra tiene una función propiamente creadora, por eso ese antiguo mito comienza diciendo “en el principio era el verbo y el verbo era Dios”.
Ahora bien, todo niño es por naturaleza un poeta ya que su ocupación fundamental es ante todo el juego, el cual se basa siempre en la creación de un mundo propio y subjetivo. En el juego y su creación, el infance encuentra una gran dosis de placer y de goce, lo cual permite sublimar sus preocupaciones más apremiantes e íntimas al tiempo que expande las dimensiones de su tiempo y su espacio. Si algo caracteriza al niño es la curiosidad pues la ignorancia es la madre del asombro y a su vez la causa de la investigación, de manera que el deseo de saber y conocer el mundo es para el infante no sólo algo nuevo en términos de sensaciones, sino la posibilidad de aquello que aún está por nacer.

¿Cómo hacemos para transmitir lo valioso y puro de nuestra tradición como especie, sin saturar al mismo tiempo el corazón de la infancia con cultos muertos? Sin duda, hemos de considerar al juego y al acto de jugar, como una cosa muy seria.
“Inocencia es el niño, y olvido, un nuevo comienzo, un juego, una rueda que se mueve por sí misma, un primer movimiento, un santo decir sí”, nos recordaba Friedrich Nietzsche cuando postulaba como última y más elevada transformación del espíritu al niño. Nietzsche planteaba que el hombre, al igual que el camello, lleva en un comienzo sobre sí las cargas que otros han ido poniendo en su lomo, y que al cansarse de soportar ese peso, éste podía convertirse en un león, es decir en alguien que lucha por deshacerse de esas cargas impuestas, logrando a través de esa batalla encontrar aquello que siempre estuvo ahí y logrando devenir por tanto en aquello que verdaderamente se es: Un creador natural, un poeta, es decir, un niño.
Recordemos que los mismos orígenes de nuestra especie son poéticos, fueron poetas los que cantaron los auspicios de los los dioses a los pueblos, así como guiaron a la nación en el desarrollo de su pensamiento, ya que la memorización de los versos heroicos era la manera de recordar la historia de la Ciudad-Estado el génesis de su pueblo. Es por ello que la educación es ese recorrido poético que induce a la invención y a la creación de nuestros propios orígenes, siendo este el heroísmo de la vida cotidiana al que la educación poética puede inspirar.
La verdad de la poesía radica en que nunca es un punto de llegada sino más bien un punto de partida.
Así como los sofistas utilizaron primero la retórica - o el arte de la persuasión - luego Sócrates optó por la dialéctica o lo que en la antigua Grecia se llamaba dialegesthai, que es el arte de la conversación, un proceso de aprendizaje mediante un diálogo entre maestro y alumno en el cual el primero actúa haciendo la labor de “comadrona” - curiosamente la profesión de la madre de Sócrates - o sea, ayudando al alumno a dar a luz un pensamiento o una idea.
Sócrates se rehusaba a considerar que “educaba” a los ciudadanos, sosteniendo que en realidad su intención era la de mejorar la doxa de los mismos, es decir, elevar a la opinión pública su propia apertura ante el mundo*.
La meta que Sócrates suponía con respecto a la educación trataba de orientar al sujeto sobre sí mismo, lo que suponía descubrir sus propias verdades. En este sentido, educar poéticamente orienta a liberar la imaginación creadora de la repetición dogmática. Sin embargo ¿No sucede a veces que confundimos educar con adoctrinar? La educación siempre ha tenido y tiene más relación con orientar y liberar, mientras que por el contrario, el adoctrinamiento se basa siempre en la imposición de conocimientos previamente estatuidos. Es decir que, mientras el adoctrinamiento limita y obtura, el verdadero proceso educativo es más bien guía hacia la liberación del hombre y de su espíritu, renovación de su asombro por los misterios de la vida.
La Historia de la humanidad refleja que la educación es un proceso trabajoso pero satisfactorio, pues desde los albores de las gentes el juego ha sido la poesía por medio de la cual se comprueba el mismo principio universal en la etimología de todas las lenguas, en donde los vocablos son traslados de nuestros cuerpos y de las propiedades de los mismos a la significación de las cosas de la mente y del ánimo, que es donde finalmente se espera que surta efecto lo que llamamos educación.
Finalmente recordemos que Platón se refería a la educación como “arte de las artes” ya que todas las demás eran un efecto de haber sido debidamente educados, es decir, emancipados, liberados.
Un educador verdadero es aquél que cultiva y apoya la imaginación humana, pues siempre que el alumno esté dispuesto, puede encontrar en el estudio y el trabajo un goce, un goce que sólo es capaz de despertar en nosotros el amor al saber.

Autores:
Florencia Franco Figueroa, Psicoanalista, nacida en Buenos Aires en el año 1990, escritora de las novelas La predicción del oráculo y Comunicaciones secretas y de ensayos Las funciones poéticas de la experiencia analítica y Sociedad viral, entre otros. Dirige el ciclo de charlas - debate Tardes de psicoanálisis en el Centro Cultural Asociación Cronopios de Barcelona.
Andrés Borregales, Psicólogo, Psicoanalista, nacido en Caracas en el año 1990. Escritor de numerosos ensayos, ha presentado investigaciones propias en las Jornadas de los Colegios Clínicos de los Foros del Campo Lacaniano en España en los años 2017, 2018 y 2019 y es el autor de los libros Los pliegues de la subjetividad y Topoanálisis.