top of page
Search

Topológica

  • Andres E. Borregales M.
  • Oct 20, 2019
  • 11 min read

Banda de Moebius.

Nota del editor: Capítulo VII del Topoanálisis

"No os quedareis sin respuesta si os concentráis en la naturaleza, en la parte más sencilla de ella, en lo pequeño que apenas se ve. Si tenéis este amor a lo pequeño entonces todo os resultará en cierto modo más conciliador en vuestra conciencia más íntima".

Rainer María Rilke

El lector atento ya habrá notado en el capítulo anterior la introducción, aquí y allá, de la función que nos transmite la imagen poética que vamos a trabajar a continuación. La miniatura.

Inicio de inmersión de la B. Moebius  en su propia superficie

A lo largo de nuestro recorrido hemos evocado el valor de lo minúsculo y de lo diminuto, como una virtud poética que en toda imagen miniatura permite concebir cómo lo grande cabe en lo pequeño.

Estas inversiones de perspectivas y formas no son meramente geométricas, son vividas afectivamente en el gran peso que le damos a pequeños detalles en nuestras relaciones cotidianas, inversiones de tamaño, peso y forma vividas en la experiencia de nuestras intuiciones sensibles, son las incidencias de un proceso psicodinámico que conocemos como subjetividad, el cual vamos a tratar de examinar a lo largo de estas líneas, y que le da consistencia al plano proyectivo que llamamos realidad.


Para aprender a leer esa experiencia de la intuición sensible, teniendo como base la inversión afectiva mencionada del plano proyectivo, no nos basta con decir que la belleza está en los ojos del que mira o que cada quien conoce lo que quiere, debemos hacer sentir cómo la representación fenoménica del mundo objetivo, es un hábitat con forma de superficie de cuya creación el sujeto participa.


Inmersiones de la B.M en su propia superficie I

Dicha creación ocurre gracias a la mutua inmersión de las funciones del principio de individuación,es decir, por la gracia de esta mutua inmersión del tiempo en el espacio y viceversa, se hace efectiva toda nuestra facultad de representar. Desde entonces podemos bordear un agujero en nuestro ser que se llama deseo, siendo éste borde esa superficie que el tiempo y el espacio dibujan alrededor del vacío que es el plano proyectivo llamado realidad.


Tengamos presente que la principal limitación consustancial de nuestra facultad de representación, radica justamente en que tengamos que dividir todo plano en la fundamental separación Sujeto/Objeto, de manera tal que lo real del plano proyectivo sea vacío por el lado de la realidad objetiva y sea agujero por el lado subjetivo de la representación del cuerpo. Efectivamente el cuerpo es la bisagra y consistencia entre ambos lados de la representación, precisamente porqué es el único objeto que conocemos por dentro y por fuera. Sólo por él se experimenta el eco y la resonancia del pulso fundamental de lo viviente en nosotros.

Inmersiones de la B.M en su propia superficie II

Desde ahí podemos releer la primera y más importante experiencia del mundo empírico, evidentemente, la experiencia del cuerpo propio y sumarle a ésta los efectos del encuentro con el otro semejante, releer desde ese lugar el límite psicológico que ésta experiencia y éste encuentro implican, dado que todos los objetos, incluyendo el cuerpo propio, están condicionados por una duración en el tiempo y sobredeterminados entre sí en una situación en el espacio.


Hagamos juntos esa relectura.

Cada subjetividad al vérselas necesariamente con las pulsiones de su cuerpo y con lo avatares de su deseo, debe construir y aprender a habitar del modo más propio e íntimo la relación con su inconsciente.

Inmersiones de la B.M en su propia superficie III

Esa construcción y ese habitar están íntimamente relacionados con el deseo, dado que es éste mismo la esencia en sí del inconsciente.


El acercamiento a esta esencia inconsciente de nuestra especie, se consigue por medio de pocas pero muy reales experiencias: a través del encuentro con las obras de arte y en la poética arquitectónica de todos los tiempos podemos sentir la profundidad de las relaciones del hombre consigo mismo, así como también dentro de un psicoanálisis o por medio de la poesía y de la música, se configuran nuevas relaciones del sujeto con la actividad creadora de su inconsciente.


El común denominador de estas experiencias radica en que haya un advenimiento en el lazo con el cuerpo, en el sentido de que parte de estas experiencias no pasan todas ellas por la palabra, no pasan por la representación abstracta, sino que lo más vivo de estas experiencias son afecciones en el obrar mismo del sujeto, es decir, en la materia en sí que es su cuerpo.


Estas experiencias afectan el obrar empírico de los seres que las atraviesan y es precisamente esto lo que nos importa, porque el topoanálisis está llamado a conocer cómo experiencias tan humildes cómo hablar y analizar un sueño o admirar un cuadro de Velázquez, o leer a Rilke, pueden impactar e intervenir realmente en el obrar de nuestra vida cotidiana, haciéndola verdaderamente mía y revelando finalmente un despertar a la sensibilidad que nos lleva hacia nosotros mismos, un despertar que nos redimensiona y nos redime con respecto al otro.


La clave pues es que estas pequeñas experiencias, estas miniaturas de la vida nos permitan conocer y separar lo que es de Uno de lo que viene del Otro, pues en estas experiencias miniatura hay siempre algo muy real en juego, precisamente bajo la forma de una satisfacción del sujeto.


Estas experiencias tan pequeñas en apariencia alivian en gran medida nuestras vidas, precisamente porque traen el confort de una satisfacción espiritual, ese es el goce que nos permite entender un concepto mucho más amplio y rico, no sólo de salud sino del buen vivir.


No definimos la salud y el bienestar a partir de la ausencia de dolor, pues éste es inherente al vacío de la realidad objetiva y al agujero subjetivo que nos atraviesa, definimos a la salud a partir de un íntimo saber hacer con Uno mismo que articula la menor fricción posible con el afuera y con el Otro.


Esta definición de salud la inspiró en nosotros el psiquiatra venezolano Dr. Fernando Rísquez, a cuya memoria dedicamos el presente capítulo de nuestra obra.


Sigamos.


De estas experiencias que hemos tomado por condensaciones en miniatura del tiempo y del espacio y que tocan la intimidad del ser humano, la consecuencia más importante que se puede deducir es la floración de una autorización que lleva al sujeto a procurarse un cierto acceso al goce, es decir, tender un puente al encuentro con el otro semejante a partir de una satisfacción íntima.


Pliegues de la B.M sobre sí misma e inversión a la Superficie de Boy

Esta autorización se hace efectiva en lo real sin embargo, ella misma parte del lugar guardado con respecto al saber acerca del deseo, lo cual es eminentemente simbólico, de ahí que no sea inmediata sino que tenga que pasar tanto por lo abstracto, es decir por la palabra como por lo concreto del cuerpo, por ejemplo, bajo la forma de la angustia.


Estamos permanentemente tratando de poner en palabras, obras y versos esa relación inconsciente con nosotros mismos, esos sentimientos que tan pequeños como una semilla de mostaza, pesan sobre nosotros como un gramo de uranio, especialmente porque no deseamos ser meros observadores pasivos de ese milagro que es la experiencia que reúne, al sentido interno con el sentido externo de nuestra subjetividad y a ésta con la vida.

Inversión finalizada de la Banda Moebius a la de superficie de Boy.

Continuemos tomando ahora el caso del sujeto llamado autista.


Desde su encapsulamiento el o la sujeto en estado autista nos transmite el hecho, de que para subjetivar la experiencia del cuerpo propio y los efectos del encuentro con el otro, hay que hacer un nudo en el discurso subjetivo a través de la función del inconsciente.


Este nudo es la respuesta que el sujeto representa a lo imposible de articular tanto de esa experiencia de su cuerpo propio como de ese encuentro con el semejante. Aquí nos referimos a lo imposible de subjetivar dado que la experiencia del cuerpo propio se traduce en el inconsciente por la pregunta acerca del origen de la materia, mientras que el encuentro con el semejante articula en el inconsciente la pregunta sobre el origen del lenguaje.


La respuesta a estas preguntas es un nudo en miniatura escondido en nuestros actos.


Este nudo es similar a invertir una banda de Moebius en la superficie de Boy, es esto lo que ha sucedido durante la secuencia de grafos expuestos desde la portada hasta este último, desde donde podemos aprender a leer dicha inversión topológica, haciendo para ella la relectura gráfica de lo que hemos pasado al mismo tiempo por conceptos.


Para el método topoanalítico el modelo de estudio de la lógica encerrada en la superficie de los pliegues de la subjetividad, se inspira precisamente en el estudio de esta inversión de la banda de Moebius en la superficie de Boy.


Cuando ocurre la inversión de una banda unilátera a una superficie compleja, tienen lugar por lo tanto las inmersiones del tiempo en el espacio que hemos mencionado. Desde ahí lo más real del deseo anima a la formación de toda la actividad del aparato anímico, ahí, las coordenadas imaginarias y simbólicas de la cultura y el lugar del cuerpo en ella, nos han dejado las huellas de los imposibles sobre los que se organiza la actividad del inconsciente.


La experiencia del autista transmite como la vida anímica puede quedar petrificada en el recorrido unilátero de la pulsión, en el salto de esa inversión hacia el interior que implica la formación de una subjetividad.


El nudo que implica la relación inconsciente del sujeto con su deseo, es la superficie que conforman en una vida, la reunión de un deseo subjetivo con el goce objetivo del cuerpo, pues ambos son esa misma superficie topológica que conocemos bajo la forma de los seres humanos.


Hemos mencionado al niño o la niña autista pensando únicamente en esos casos profundamente afectados por éste estado, lo llamamos estado en el sentido de estado de la materia, pues la relación de estos sujetos con sus cuerpos y con el otro nos enseña cómo esas inmersiones que confeccionan la topológica de la subjetividad, es decir, esa mutua penetración del tiempo en el espacio, dibuja una superficie que bordea el agujero de nuestro ser, y que en el caso de los sujetos autistas nos hace apreciar la falta de esa excavación que permite al tiempo y a la palabra resonar en la caja que es el cuerpo, excavación que articula en el inconsciente el decir subjetivado con el eco de la pulsión, o sea, con el pulso de la vida.


En los autistas esto se produce de un modo tan insondable que deja al sujeto encerrado sobre sí mismo en ese agujero que es el ser, atrapado en una superficie unilátera no inmersa aún en el espacio de su cuerpo y no inmersa aún en el discurso que lo introduce al río del tiempo, es decir, sin canal de comunicación con los objetos, con el otro y con el afuera.


Por cuanto todo afuera es el producto de una construcción de un espacio interior.


Tomamos esta metáfora de las matemáticas de nudos y superficies basados en los empalmes más importantes que se han dado en la forma de representar la vida humana en nuestro tiempo, basándonos en nuestro trabajo y experiencia sobre las alineaciones geométricas y aritméticas de las funciones subjetivas, desde el diálogo entre el psicoanálisis y la ciencia moderna, desde la inspiración de las cartas entre Albert Einstein y Sigmund Freud.


Hemos ido desarrollando en conceptos abstractos los grafos que nos fueron flanqueado cada dos párrafos de forma concreta, a fin de ir presentando las inmersiones que sufre la banda de Moebius en su propio tejido durante la inversión en una superficie de Boy, pues sabemos que estos grafos nos dan cuenta de las inmersiones temporo-espaciales de la vida anímica a las que hemos hecho referencia anteriormente.


Sabemos que la naturaleza es el ser humano y que tal como una avellana en su cáscara o nuestro propio cerebro dentro de su cráneo, así también nuestra subjetividad se dibuja plegándose sobre sí misma en toda forma que ella represente, sea artística y poética o bien matemática y científica.


Si examinamos la Figura 1 detenidamente, siguiendo la orientación habitual de la lectura, hemos de tener en cuenta que el punto T tendría desde nuestro abordaje de la subjetividad la doble función tanto de agujero de nuestro ser, por el lado subjetivo, como de vacío por el lado objetivo del plano proyectivo o realidad, a partir de aquí nos podemos hacer la siguiente pregunta:


¿Cómo hacer esta atribución sin ser autoritarios?


La respuesta debe ser hablando con honestidad y apelando al entendimiento de cada uno, pues este punto T no solo no tiene una existencia geométrica como tal en sentido objetivo, sino que tampoco la tiene subjetivamente en la representación de lo real, pues la teoría del sujeto en psicoanálisis enseña que el objeto causa del deseo no existe.








Jean Pierre Petit, astrofísico y escultor. 1980.

Figura 1: Inversión de una banda de moebius en la superficie de Boy.

Punto T sin existencia geométrica.








Inspirados en la poética de ese nudo cuyos pliegues conforman nuestra subjetividad, sigamos el curso de la relación que guardan las inmersiones topológicas del tiempo y del espacio, en su íntima penetración con respecto a la experiencia del cuerpo y del encuentro con el semejante, a fin de hacer sentir como nuestra imaginación, que habita las imágenes en el espacio y como nuestra facultad de simbolizar o hacer conceptos en el tiempo, conforman ese hábitat a través del cual se vive lo más real de nuestra vida, es decir, donde se experimenta y desenvuelve nuestro obrar efectivo, nuestra conducta.


Si el abordaje hasta ahora presentado no fuese más que una elucubración teórica, de dónde vendría entonces su íntima conexión con la teorización sobre la estructura de nudo borromeo de la subjetividad, desplegada brillantemente en el enseñanza del psicoanalista más importante después de Freud, me refiero a ese extravagante parisino que fue Jacques Lacan y gracias a quien ésta topológica de la subjetividad fue por primera vez concebida y pensada en el siglo XX.


También podemos agradecer a Lacan por sus sospechas de que una topológica de la subjetividad era susceptible de ser teorizada y concebida, especialmente en un siglo donde la lingüística, la física y la mecánica cuántica habían dado muestras de empalmes desconocidos hasta entonces, y de que nuestra participación en el conocimiento de este mundo es bastante más íntima de lo que jamás habíamos imaginado.


Gracias a los encuentros entre el astrofísico y escultor Jean Pierre Petit y el psicoanalista Jacques Lacan hacia finales de los años setenta, nuestro texto puede hacer no solo uso de los grafos que aquí se muestran, pues cada uno de los mismos es idéntico a los que discutieron ambos especialistas hace cuarenta años, sino también podemos hacer gala de una autorización propia al trabajar estrechamente los vínculos entre la teoría del psicoanálisis y la ciencia moderna, utilizando para ello la imaginación poética.








Superficie de Boy, Pôle o Punto T y Banda de Moebius, 1979.

Figura 2: Superficie de Boy con sombreado de la banda de Moebius interior.

Pôle o punto T. Lugar del objeto causa del deseo como falta.





Clínicamente hablando Lacan impulsó la dialéctica de sus llamados tres registros: real simbólico e imaginario, para nombrar lo que nosotros definimos aquí como la materia o el obrar, el tiempo y el espacio, de manera tal que pudiéramos pensar su constante interacción con miras a afinar una posible reevaluación diagnóstica, fenomenológica y semiótica de una clínica concebida topológicamente en el siglo XXI.


Si observamos la figura 2 podemos notar el sombreado de la banda de Moebius, que persiste en describirse dentro del tejido autoinmerso de la superficie de Boy, esto coincide con el hecho de que el primer trazo de todo el aparato anímico, coincida con este contorno de una sola cara que demarca un único borde, tal y como esa misma banda en miniatura que vemos en el extremo superior-izquierdo de la figura 2.


Del mismo modo, la subjetividad sólo conoce un único borde de la vida en la forma de su apego, porque a pesar de todas las dimensiones del espacio y del tiempo, la multiplicidad y diversidad sólo existen por la reunión subjetiva de estas funciones, pero lo real de nuestra especie se comparte en la única cara del goce a la cual tenemos acceso, esto es, apegandonos los unos a los otros.


Todo el topoanálisis no es sino un esfuerzo por acercarnos al desarrollo más acabado posible de la inversión de esos tres registros lacanianos en la superficie de los pliegues de la subjetividad, entendiendo que cada inmersión de un campo en el otro es enteramente disimétrica de un sujeto a otro, así como considerando que los puntos más raros de nuestra subjetividad, como el famoso punto T de la superficie estudiada, brillan por su ausencia para todos por igual.


Sólo gracias a la individuación en cuerpo y psique cada espíritu se logra expresar y hacer oír por medio de sus síntomas, angustias e inhibiciones las cuales se abordan clínicamente por las dialécticas del tiempo o por las dinámicas del espacio, según el lugar implicado para lo real en juego de acuerdo con cada caso, generando así un replanteamiento de la forma de conducir la dirección de una cura terapéutica.




Superficie de Boy, Pôle o punto T + rotación 180º

Figura 3: Rotación de la superficie de Boy, punto T o confluencia de las inmersiones temporo-espaciales. Agujero de la identidad del Yo.

























 
 
 
Featured Posts
Check back soon
Once posts are published, you’ll see them here.
Recent Posts
Archive
Search By Tags
Follow Us
  • Facebook Basic Square
  • Twitter Basic Square
  • Google+ Basic Square
bottom of page