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De lo grande y lo pequeño

  • Andres E. Borregales M.
  • Oct 21, 2019
  • 11 min read

Nota del editor: Capítulo VIII del Topoanálisis.

Estudio conjunción vacía, Jorge Oteiza, 1957.

Estudio conjunción vacía, Jorge Oteiza, 1957.

"Cada embrión de un sentimiento, se gesta en la oscuridad inmanente, en lo inefable, en lo inconsciente, en aquel lugar inalcanzable por la propia razón".

Rainer María Rilke








En el capítulo anterior hemos introducido nuestros desarrollados acerca de la topológica de la subjetividad, partiendo de la base de que con estas herramientas en la cabeza, será más sencillo ver las solidaridades entre las funciones que vamos a trabajar de inmediato.


Reconociendo que no existen diferencias de volumen, dimensión o peso que no hayamos creado nosotros mismos por y para nosotros mismos, nos hemos adentrado en este recorrido por la superficie de la subjetividad experimentando desde ese lugar, la manera en la que toda dimensión o medida pierde su sentido y su orientación cuando tratamos de llegar a lo real del ser humano.


Habíamos nombrado ya la imagen poética de lo pequeño y ahora la vamos a poner a jugar con su aparente antítesis, esto nos permitirá observar más de cerca cierta difuminación del principio de razón suficiente cuando queremos conocer la esencia del arte, por ejemplo, como proceso creativo en nosotros.


Partimos del amor a lo pequeño al ver salir de ahí lo grande y majestuoso por toda la naturaleza, esa misma que libera las dimensiones espaciales del cuerpo en la pubertad, la misma que pareciera encogernos durante la vejez, la misma naturaleza que anima todo proceso embriológico animal, no enseña de a partir de formas diferentes esa visión de la emergencia de lo grande desde lo pequeño.


La mirada amplificadora de la infancia es la óptica topoanalítia por excelencia, recordemos que dada la misma dimensión de nuestro cuerpo en la niñez cada experiencia representa una enorme complejidad, así hemos mantenido este mismo principio al hacernos más grandes, a fin de no minimizar ningún aspecto de la experiencia por humilde que parezca.


En ese tiempo de la infancia sucede el encuentro jubiloso con el rostro del semejante, encuentro que el lector tendrá presente a partir de nuestro Avant propos sobre la imagen poética, ahí vimos cómo se funda la primera geometría vivida en las curvas del rostro humano, y pudimos acercarnos a la idea de que el ser hablante es excéntrico simbólicamente, pues el objeto causa de su deseo no existe como recordábamos en el capítulo anterior, por lo tanto, en el sentido temporal de nuestro discurso subjetivo es estructuralmente imposible que arribemos a algún cenit último, que lleguemos a encontrar lo que le falta a la verdad para ser dicha.


Ahora bien, en términos de las funciones espaciales e imaginarias de nuestra facultad de representación, el centro del mundo de nuestro Yo es el rostro propio, en el mismo sentido imaginario que la palabra persona es igual a máscara en el inconsciente, pues la personalidad del Yo es en sí misma un agujero, sobre el cual colocamos el plano proyectivo y sobre éste el rostro del semejante que nos reconoce e identifica como tal desde las experiencias más tempranas de la vida.


Las inversiones topológicas del capítulo VII nos dan una idea de cómo ocurren estos embebimientos de una falta en otra, cómo se sumergen mutuamente los agujeros que atraviesan a los seres hablantes, haciendo delante de nuestros ojos todos los espejismos que llamamos identidad y comunicación.


Es bueno decir que la imaginación, la simbolización y la realización del ser humano, aun cuando separables de forma propedéutica, se nos presentan yuxtapuestas y mutuamente sumergidas unas en otras, pues ya desde la misma sensación y percepción nuestra subjetividad participa con su deseo, es decir, modifica y confecciona algo distinto y propio con los meros datos de los sentidos.


De esta manera cobran vida los objetos que nuestras miradas atraviesan, pues también ellos nos atraviesan a nosotros por medio del cobro al que hacemos referencia, sabemos que incluso el ciego se sabe objeto de la mirada del Otro, ya que es una de las formas en las que el deseo se manifiesta en este mundo.


En otro momento hemos hablado de la pulsación de la vida, de la pulsión que afecta al cuerpo y lo mantiene con vida, retomando aquello acudamos a la preciosa imagen de la sístole y la diástole del corazón, este ritmo incorpora un más allá del mundo visible, un más allá de la sangre y esto es el apego. No nos hace falta ver para sentir ese latido en nosotros que toma la forma del apego al otro, pues sabemos que también el ciego ama su imagen en el espejo del Otro.


En base a ese apego hagamos, desde lo que queda de la infancia, una reflexión sobre los cuentos de Pulgarcito.


Nuestra imaginación nunca abordará lo suficiente la importancia creativa de este relato de dormir. Debemos reevaluar nuestra relación con el cosmos a la luz de la convicción y el dinamismo con el que el espíritu de Pulgarcito peleaba contra la hormiga, todos somos de alguna forma una pequeña y humilde hormiga en este mundo.


La profunda e íntima simpatía que sentimos cuando hablamos de la ostra en su palacio, se invierte y nos embarga bajo la forma de una sentida tristeza cuando leímos de niños que Pulgarcito había muerto contra la hoz de la hormiga, ambas imágenes nos permiten observar de qué manera se produce la identificación entre lo minúsculo como propiedad poética del espacio, con lo vasto e insondable de la experiencia de nuestros afectos humanos.


Así sabemos de la íntima relación de la grande con lo pequeño, dado que su dialéctica la vivimos en el cuerpo a lo largo de toda la vida, y la estudiamos además desde la poesía de esas imágenes que componen nuestra psicología como seres hablantes.


Invocar las fuerzas poéticas de la vida se refiere ir más allá de las dimensiones espaciales o temporales, ir más allá de la geometría, de la aritmética, de sus juegos y sus espejismos.


Poiesis es una forma de entender la vida a partir de los encuentros que ésta nos auspicia.


Los encuentros con el rostro y con la voz humana son tan primarios y esenciales y sin embargo, nada parece indicarnos porqué nos abríamos de apegar a estos espejismos, o ¿Porqué saltamos tan atraídos hacia la alienación geométrica con el rostro del otro? o ¿Qué es eso que nos hace apegarnos a la aritmética de su voz? Esos encuentros nos transforman para siempre, desnaturalizan nuestra carne y nuestro ser, exilian de nosotros una parte muy íntima y la ponen por fuera del tiempo, una parte que no es susceptible de modificación ni en el macro ni el microcosmos.


Las gravitaciones de la materia humana son sentimentales, pues el centro de gravedad real de nuestras vidas, son los apegos a los cuales nos atamos tanto en amores como en odios, a esto se debe nuestra excentricidad estructural ya que esos afectos, centros gravitacionales de nuestra vida anímica, están a la vez dentro y fuera de nosotros.


Una imagen que ha representado por sí misma y desde siempre, en todo tiempo y cultura, un mundo en miniatura es, como vimos en el capítulo IV, el milagro de un grupo humano alrededor de una mesa en comunión con unos alimentos. Es todo un ecosistema de verdades huecas que se comparten y se pasan de mano en mano, un mundo en miniatura lleno vacíos que el discurso familiar bordea y que el psicoanálisis explora.


Esta imagen es actualmente más importante que nunca, pues aunque vivimos en un siglo donde la cultura gastronómica es cada vez más preponderante en los lazos humanos, en las formas de consumo, en los mecanismos de comercio y en los modos de acceso al trabajo, aun así los valores de la modernidad líquida no nos orientan hacia la conquista de la intimidad de la mesa como virtud poética, pues vivimos efectivamente en una época donde lo público ha desplazado a lo privado.








Estudio expansión vacía, Jorge Oteiza, 1957.

Siguiendo los modelos y grafos del capítulo anterior, hagamos ahora la inversión dialéctica de lo pequeño hacia lo vasto, tratando de recordar que lo más importante no es la escala sino aprender a conocer una superficie que es la subjetividad.


Sabemos que el trabajo topoanalítico busca renovar en nosotros las resonancias de la contemplación y las virtudes del retiro, este arte y este método son una orientación a concebir el espacio interior donde sucede la mirada en tanto que pérdida, en el sentido de reconocer que somos ese ojo que todo lo ve pero que no se ve a sí mismo.


El topoanálisis tiene como una de sus líneas filosóficas a la poesía de nuestra inmensidad interior, la idea es integrar en el límite de lo investigado, la experiencia de esa inmensidad que nos habita y que está en nosotros, la vastedad que cabe en esta superficie que no podemos orientar ni topológica ni moralmente y que es el cuerpo.


En la actualidad renovada de las imágenes poéticas hemos de buscar el germen atemporal del inconsciente, pues desde ahí es posible toda renovación del aquí y del ahora, del eterno presente de la vida. Sólo por la relación con lo inconsciente nos es revelado un secreto al corazón que trae con sigo un poco de paz.


Lo más parecido a este hermoso secreto lo puso en palabras Gaston Bachelard en La poética del espacio al decir:








"Todas estas constelaciones son tuyas, están en ti y no tienen realidad fuera de tu amor".

El apego al espectáculo de la vida no pasa por las formas del principio de razón suficiente, no hay suficientes razones para apegarse al Otro y aún así lo hacemos con uñas y dientes en este valle de lágrimas. De ahí es de donde sale la fuerza poética que nos llama a renunciar al goce que nos lastra, a buscar conocer nuestro camino y a aprender a escuchar ese eco interior donde resuena nuestro deseo.


La invitación es a ver en una gota de agua todo el universo, dado que las miniatura pueblan los cielos y la tierra para aquel que tiene los ojos abiertos y ve con el corazón de un niño, con los ojos de la infancia.


De niños nuestra intimidad y creatividad cubría el mundo con formas y colores a la hora de jugar, de modo que si buscamos alguna paz interior al avatar que nos angustia, hemos de volver, aunque sea por un momento, al refugio interior de las imágenes de intimidad que vivimos cuando fuimos niños, puede que en ese brevísimo momento algún solaz nos tome por asalto y nos dé el coraje para actuar cuando tengamos que hacerlo, sólo así somos verdaderamente libres, cuando nos hacemos responsables.


El devenir de nuestra subjetividad se alumbra desde los rincones del inconsciente, gracias a las luz con la que brilla dicha responsabilidad, así conocemos la orientación de nuestra psicología individual cuando vemos a la vida con el misterio que se merece.


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Este recorrido busca inspirar una recaptura propia de nuestro ser en esos puntos evanescentes e incluso inexistentes de la subjetividad, tomando el ejemplo del mentado punto T de la superficie de Boy, un lugar que sólo parece estar ahí en tanto el tejido de esa superficie pasa y se somete a las consustanciales limitaciones de nuestra capacidad de representar, por eso la superficie parece cerrada y hermética, pero sólo en la misma manera en la que la superficie de nuestro cuerpo se muestra tan cerrada y hermética, únicamente en apariencia pues todos sabemos de los agujeros que el cuerpo tiene y de qué manera le comunican con el exterior, igual que pasa con la superficie de Boy aun cuando nos parezca tan ajena.


El topoanálisis se apoya en el reconocimiento de lo que nos gusta, de aquello en lo que nos hemos quedado fijados, de aquello que repetimos y de eso que nos apega con la vida, desde estos apoyos consigue empujar el proceso que lleva a la producción de un saber, invita a estudiar de dónde vinieron todas esas cosas ¿Cómo se pudo formar ese gusto? o ¿Por cual camino llegamos a tener esa comba particular en lo que hacemos? Este método para conocer las imágenes de la intimidad en su pliegue con el discurso, está aquí para enseñarnos a leer esa conquista que sólo puede venir de la intimidad de nuestra vida.

En nuestra carrera una de las compañeras más fieles ha sido la fenomenología de la extensión, verdadera herramienta para ubicar las propiedades fundamentales de la materia en su articulación propiamente psicológica, esto nos permitió escribir un vínculo que no conocíamos con el discurso arquitectónico y con el de la física cuántica, pues ambos nos demuestran la íntima relación con dos formas diferentes de la representación, uno desde el arte y el otro desde la ciencia, ambos nos brindan claridad acerca de eso que está en juego en la extensión sensible del espacio, no son varías formas de lo real sino la interacción de dos clases distintas de representaciones, las representaciones intuitivas y las representaciones abstractas, es decir, la interacción entre sentir y pensar a grandes rasgos.


Siguiendo esta lectura podemos entender el proceso creativo de un tipo como Stephen Hawking, quien trabaja en su cabeza con ecuaciones que tratan de escribir la gramática del cosmos, aun cuando no podamos entender las ecuaciones en sí mismas.


Esto sin duda alguna ha traído a nuestra forma de entender la psicología una nueva libertad, nos ha permitido leer toda esta poesía que había estado siempre ahí, cifrada y escondida entre nuestras imágenes, palabras y actos, dibujando entre ellos esa superficie que los mantiene unidos y que somos nosotros mismos.


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El topoanálisis es un viaje a través de lo físico, lo metafísico, lo fenomenológico y más allá.


Schopenhauer dijo que nadie puede salir de sí para identificarse con las cosas inmediatamente distintas de él, nadie excepto los poetas y los místicos, esas dos condiciones del espíritu que han ido de la mano muchas veces en la misma vida de algunos sujetos extremadamente peculiares, llamados santos a lo largo de la historia de nuestra especie.


Estas condiciones sugieren la existencia de identificaciones en la estructura del sujeto, las cuales ubican en su inconsciente algo de lo real de esta vida, algo que está por fuera de cualquier forma de identificación con las imágenes o las palabras del otro. Hay en esos sujetos un cierto reconocimiento que no pasa por la razón sino que se vive en el cuerpo, y cuando en el recorrido de estas superficies subjetivas hay algo de fuera que se reconoce dentro, estamos ante los instantes del recorrido que abren verdaderamente un dialéctica nueva, permitiendo descubrir caminos nuevos y creando vida para compartirla con contigo, con el otro que soy Yo.








"De ahí se sigue que la existencia de mi cuerpo como algo extenso y activo, presupone siempre un sujeto distinto de ella, porque es esencialmente una existencia en la representación, o sea, una existencia para un otro"

Arthur Schopenhauer

La propia persona que somos se desdobla en sujeto/objeto pues por pequeños que seamos con respecto al resto del cosmos, nosotros mismos somos ese mundo que vemos allá afuera, el topoanálisis enseña cómo se comunican el adentro con el afuera, como así también lo grande y vasto con lo pequeño y lo diminuto.


La abrumadora sensación de recogimiento que experimentamos al contemplar nuestro solitario lugar en la inmensidad del universo, al mirar hacia el espacio sideral infinito, no es más que la misma resonancia del vació de esa extensión que se divide infinitamente en el espacio subatómico de nuestro cuerpo. Esa sensación es el eco en nosotros del mutuo reconocimiento de la inmensidad que hay y que resuena en cada uno.


Nuestra intimidad es la conquista renovada de esa inmensidad que nos habita inconscientemente, pues quien no ama y se apega a su inconsciente, a sus repeticiones más íntimas, quien no se acerca al albergue de las imágenes que lo fijaron desde niño a una cierta forma de conocer el goce, nunca podrá tener una oportunidad de conseguir la difícil tarea de subjetivar un discurso y ¿Por qué no? quizás hasta de transmitir una enseñanza.


El discurso psicoanalítico nos recuerda que la no subjetivación de un discurso se vive en lo real como un ser títere del deseo del Otro, por ejemplo, escribir para ver si me dan likes en mi siguiente post o escribir para ver si tengo o no una obra verdadera entre manos.


Este deseo del Otro es similar a un túnel por el cual debemos pasar para sentir la superficie de nuestro deseo más propio, pues de no reconocer cuando dejamos de pisar en el borde de nuestra superficie, venimos a interpretar en cuerpo y alma los deseos del Otro inconsciente con nuestros actos cotidianos.


Como vemos existe un constante tránsito entre realidad fenoménica y realidad íntima, pues las experiencias que llevan a la subjetividad de la mano a conocer ese borde de la vida, permiten que experimentemos la mutua correspondencia entre el goce que hace que la historia continúe y el espacio de nuestro inconsciente.


A partir de estas experiencias conocemos un poco más los límites del hábitat subjetivo, desde donde aprendemos que la densidad de esta atmósfera así como se enferma con la cólera, también se alivia con la poesía.
















 
 
 
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