top of page
Search

Palatino

  • Andres E. Borregales M.
  • Aug 9, 2019
  • 13 min read

Cúpula de la Iglesia de San lorenzo, Turín. Guarino Guarini, 1668-1687.

Nota del editor: Capítulo IV del Topoanálisis.

"El crecimiento de vuestra vida interior va desde los aromas más ligeros hasta los sabores más intensos y plenos. En esa vibrante resonancia del recuerdo, donde ninguna experiencia era demasiado pequeña y desde donde el más minúsculo acontecimiento despliega todo un destino, puede uno aprender a ser más agradecido, más sencillo, grande y feliz"

Rainer María Rilke.

Conforme nos sumergimos en ella, la fenomenología de la imagen poética ha ido cavando ese vacío en nosotros donde puede resonar la sensibilidad ante la vida, esta nos enseña cómo un caracol toma la forma en espiral de su concha, como la tortuga adquiere la de su caparazón, nos hace sentir que la rata en su agujero, el conejo en su madriguera, el castor en su dique y la nuez en su cáscara, todos han de ser tan dichosos como yo en mi casa, o sea, en mi inconsciente el cual habita todo mi cuerpo.


La relación amorosa que el yo guarda con el saber acerca de su realización en lo real por medio del cuerpo, sólo es posible gracias al hecho de que dicha realización sea inconsciente. El sujeto es inconsciente en cuanto a su relación con el deseo y con la carga de responsabilidad que éste le implica y cuesta, sin embargo, su esencia le lleva a abrazar ardientemente el goce que lo apega con la vida por este su cuerpo propio.


Así, tal y como la naturaleza se realiza en las ideas eternas, es decir, en esas imágenes que nos conmueven de otras especies que habitan en el mundo como representación, así nosotros realizamos con los actos de nuestras vidas la imagen más nítida de lo que somos como forma del cosmos para conocerse a sí mismo.


En tanto que seres hablantes construímos nuestro mundo, nuestro hogar a imagen y semejanza de esos mismos actos, inconscientes pero reales, que nos hacen habitar de una forma particular, siempre procurándonos esa medida de dolor indispensable y reclamando de la vida esa cuota de fe tan necesaria, esa relación con el saber del inconsciente que hace que la historia continúe.


El topoanálisis rescata de lo anterior la dirección para abordar los valores del refugio y las dinámicas del retiro de la subjetividad, utilizando para esto el pliegue entre la materia y el espacio, estudiado a partir de su relación temporal con las imágenes de intimidad de nuestra y de otras especies de la naturaleza.


Nótese aquí que la forma es la imagen poética y la materia es el acto que la realiza, pero que sólo en el ser humano toma lugar la formación como producto de un incesante e inconsciente trabajo espiritual.


El sujeto del inconsciente habita el tiempo y desde ahí construye la traducción de eso que es en tanto que Ideal eterno de sí mismo, esa traducción pasa por la angustia y se expresa como un acto del cuerpo en lo real, o sea, en cada acto se manifiesta el síntoma favorito del sujeto que es su propio yo.


En esto consiste la identificación al otro y la asunción de nuestra responsabilidad como sujetos deseantes, pues lo reconozcamos o no, a cada uno nos gusta en el fondo nuestra forma de ser, nos gusta pensar que somos la niña de los ojos de esta vida.


De manera tal que para el ser que habla su refugio es el inconsciente del cual él es sujeto, sin embargo aquí vemos con claridad una paradoja de nuestro ser. Siguiendo la familia de palabras asociadas a ese refugio, palabra que hemos dejado indicada en otras oportunidades, ahora será analizada.


Su prefijo latino re alude a (reptetición) y el verbo fugēre viene de (fugarse), alude a una composición que nos hace considerar lo siguiente: en esa regresión temporal que toda formación del inconsciente le impone al sujeto, en esa huida retroactiva del sujeto sobre sí mismo que sucede en cada sueño, en cada chiste, en cada lapsus, en cada olvido, el sujeto se hace fugazmente un fugitivo de su propio deseo.


Esa familia léxica a partir de la cual se construye la sintaxis de todo nuestro obrar, ese enredo lingüístico del cual nuestra alma es prisionera en un lugar que le es agradable, lo inconsciente, es precisamente el corazón de esa paradoja que acabamos de señalar.


El sujeto del inconsciente se retira a sus espacios de intimidad que son las imágenes poéticas hasta ahora estudiadas, sin embargo, este retiro es en sí mismo una huida en dos direcciones, tal y como veremos más adelante.


La verdadera morada de la subjetividad se sostiene en la represión fundamental de nuestra identidad sexual, gracias al padecimiento (pathos-sufrimiento) de esta represión en lo real del sexo.

Esto lo sentimos con nostalgia por no tener acceso al origen de la vida ni tampoco al origen del lenguaje, a partir de ahí sin embargo, nuestro deseo viene a libidinizar el mundo como representación y nos permite identificarnos con la imagen del otro, gracias a este padecimiento que es la identificación como tal, a partir de este corte en lo real de nuestro ser, reconocemos lo más propio de la subjetividad en la manifestación de cada acto del cuerpo y en la profunda significación subjetiva que se experimenta como satisfacción sexual.


Esa es la enseñanza más elevada del topoanálisis.


Así ocurre la reunión de lo idéntico con lo diferente dentro de nosotros, la reunión de lo Uno, por el lado del cuerpo y sus actos, con lo Otro, por el lado del sujeto y del yo, o sea, por el lado de las coordenadas del tiempo y del espacio.


La conformación del pabellón de identificaciones que componen al yo son propiamente hablando, la esencia y única verdadera consistencia a la que el ser hablante tiene acceso, precisamente porque esta consistencia se compone tanto de los actos del cuerpo propio en lo real, como por la identificación del yo con la imagen poética del cuerpo del otro en el espejo, un espejo hecho de espacio pero dinamizado por la profunda relación del sujeto con el tiempo como hemos visto.


Observemos que este yo es en realidad un velo a eso real que somos y que por su identificación con el cuerpo en el espacio, es dibujado necesariamente por los actos del mismo, los cuales son siempre de alguna forma síntomas de la vida anímica.


Así es como sabemos que sarna con gusto no pica.


Toda nuestra existencia guarda una profunda relación con el dolor y con el goce, por eso nuestro aparato psíquico se divide en tratar de regular la pérdida de vida subjetiva, o sea, ese goce necesario para que el pulso vital del deseo continue, con las exigencias de la vida real.


En cada ser hablante podemos ser testigos de dicha división, una separación encarnada a nivel del yo por una medida de placer, mientras que a nivel subjetivo se manifiesta por medio de la repetición de una experiencia de goce, de un dolor de existir. Este es el movimiento de doble huída del sujeto del inconsciente que habíamos señalado anteriormente.


Por eso debemos aprender a reconocer la industria que encontramos en otras especies en la confección de sus refugios, e identificarla con el artificio con el que el animal humano se esconde de sí mismo, reconoceremos en este último que no sólo huye de los dolores de la vida real, sino del hecho de que esa huída hacia atrás es a su vez una fuga de las preguntas que le quitan el sueño, de eso que siéndole tan propio le viene del lugar del Otro.


El inconsciente es en efecto el primer nido del sujeto hablante, ahí toma su lugar fuera de sí mismo, el sujeto se sienta en la lengua que lo habla antes de que él tome la palabra.


Así nuestra especie no solo se defiende de la naturaleza, de la cual nos sentimos el astro expatriado y caído, sino que anidamos el misterio de la palabra para poder habitar en el discurso, ese que debemos hacer nuestro a fin de no convertirnos en exilados del tiempo.


En tanto que sujeto, el ser que habla habita las inseguridades de su alma por desconocer el carácter propio de su acto, ahí es donde anida la subjetividad, en los agujeros por donde se nos escapa la vida, por donde ella se extingue en nuestro cuerpo.


El psicoanálisis enseña que cada agujero del cuerpo es la simbolización particular de un objeto pulsional, un objeto que al estar atravesado por una demanda humana, por hallarse en una relación con el otro, es un objeto que hace las veces de llamado para el sujeto a fin de traerle ese horror al saber no sabido de su inconsciente.




-

El pajaro que empuja con su pecho las ramas con las que confecciona su nido, produce un retiro que no es sino la expresión espacial de los esfuerzos de su cuerpo, así también los síntomas de la vida anímica son esos elementos que constituyen el andamio de nuestro psico-pathos-logos cotidiano, cada síntoma de estos tiene por supuesto una íntima relación con las formas en las que se expresan los objetos pulsionales del sujeto, precisamente porque estos nos enseñan las representaciones de su goce y los avatares de su deseo.


Nuestra contemporaneidad líquida llama insatisfacción vital a ese desencuentro central que tiene lugar entre el sujeto y los objetos del consumo llamados mercancías, éstas no son sino meros espectros de las más íntimas coordenadas de la subjetividad, pero tal y como un cáncer en nuestro organismo social, la insatisfacción se propaga en las ciudades, reino del anonimato, haciendo desear a todos por igual un nido prefabricado, más cárcel que hogar, donde poder morir en paz.


Sin embargo, este topoanálisis de esa vida moderna no nos ha llevado sino a aspirar a la creación, a la poética de la vida en los tiempos en los que nos ha tocado vivir, sabiendo que desde siempre cada generación es necesariamente un parto doloroso, y que la vida de clase media de un hombre felizmente casado es solo un sueño que nos han vendido, porque cada quien hace familia y fortuna como puede.


El topoanálisis es el lugar de la convivialité de las disciplinas interesadas en estudiar la intimidad del ser humano, y para dicho fin ha de partir de tres lugares diferentes pero íntimamente relacionados: la imagen, lo dicho y el acto. Nuestro naciente arte es un nido de ideas inspiradas y recogidas en las intersecciones epistémicas más radicales del siglo XXI.








Cúpula de la Iglesia de San lorenzo, Turín. Guarino Guarini, 1668-1687.







La experiencia del topoanalista le lleva a encontrarse con el saber bajo las formas más humildes de la vida, de ahí que su arte aspira al diseño de un orden propio en el estudio, la investigación y el conocimiento del alma.


Saber y sabor tienen la misma raíz latina en el lenguaje y por lo tanto forman parte de la misma comunidad significante en el inconsciente.


A propósito de esta raíz etimológica hemos asimilado la adquisición de una sazón propia, a fin de darle un sabor personal a nuestro trabajo para que éste sea el reflejo de esa misma vida íntima que estudiamos.


Este sabor que se traduce en nuestro trabajo en la forma de un saber, es evidentemente un saber-hacer, el cual responde al hecho de que teoría y práctica no sean dos cosas separadas y ajenas, sino que ambas conformen esa misma y única balanza eterna que juzga la experiencia.


Así pues la adquisición de este saber no se encuentra en el camino de la erudición, no es un saber que encontremos en los círculos de intelectuales, es un saber-hacer que sólo se consigue trabajando con el alma y con el cuerpo.


Este saber-hacer pertenece a esa idea atemporal, a ese designio oracular que nos guía a conocernos a nosotros mismos en toda dimensión y forma posible, por cuanto sólo a partir de esa relación amorosa con el saber del inconsciente que me habita, me será posible alcanzar alguna paz, algún sosiego a esta lucha que anida dentro de nosotros.


Esta paz será siempre efecto de esa gracia que implica el movimiento del inconsciente, y que hace al sujeto habitar en su propia división, en su propio pliegue de una forma completamente nueva, de una forma determinada poéticamente.


Es por el efecto de esta gracia sobre nosotros, es decir, el efecto de eso que no entra en el método y la técnica del trabajo, sino en la mística y el amor a la praxis del saber, que podemos encontrarnos con el camino de nuestro deseo, esa lucha que dibuja la cara de una oportunidad inédita, una oportunidad para relacionarnos en un nuevo arreglo con ese saber no sabido del inconsciente.


En breve abordaremos el problema de la técnica del topoanálisis, pero antes quiero resaltar algo más sobre ese efecto agudamente gracioso que tiene sobre el sujeto su relación con el saber.


La gracia es un don que incide en la relación con el saber inconsciente, de manera que se reconocen los efectos que produce ya que nos permite vencer las barreras establecidas, nos invita a confiar en la aventura del horizonte y nos hacer saltar al porvenir de una ilusión, la cual, es para nosotros, en cuanto sujetos deseantes, profundamente apegados a la vida y al Otro, una alienaciñon absolutamente indispensable.


En este sentido esas experiencias en las que la vida misma incide en lo más real del acto subjetivo, vemos producirse los efectos de un cambio significativo de posición subjetiva con respecto al Ello y la pulsión, es decir, un cambio de situación con respecto al goce por medio de una toma de posición dentro un discurso.


Precisamente reconocemos lo que cada quien es por lo que hace, pero sólo podemos saber desde dónde lo hace por la posición que guarda con respecto a aquello que sabe, en relación con aquello que enuncia como su goce.


De manera que la gracia de la enseñanza topoanalítica sobre la poética de la intimidad del hombre, incide de manera trascendental sobre lo que estamos dispuesto a conocer para crear caminos nuevos.

El efecto subjetivo de la gracia en su relación con el saber del inconsciente es que el sujeto se hace responsable de su posición ante el deseo, es decir ante sus actos.


A partir de ahí se anima la poética de la intimidad del ser hablante.


El acto se afina porque la relación del saber sobre el deseo se esclarece, la relación con lo inconsciente y con la repetición que tanto orienta.



-

El topoanalista como los cocineros contemporáneos, maestros de la fenomenología del sabor de lo que somos, trabaja a partir de técnicas, elaboraciones y conceptos.


Sus técnicas de investigación son, en primer lugar, derivaciones de la vieja pero confiable técnica de la "asociación libre" extraída de la clínica del dispositivo psicoanalítico. En segundo lugar se apoya en el método analítico más que en el sintético para hacer su función de anudamiento del discurso, ese que crea una entrada al saber de la intimidad del nuestra especie.


Pasamos de buscar una aventura meramente intelectual, una colección de temas y formas, a sentir que el topoanálisis es un gesto espiritual porque busca escribir una reunión de lo vivido en la condensación de un saber-hacer con uno mismo.


El nido que el topoanálisis implica permite que estudiemos desde nuestra intimidad cómo podemos soportar el peso de nuestra conducta, así nos interroga acerca de lo que de ésta se puede transformar y por último nos muestra aquello que finalmente nunca cambia.


Crear ese nido propio que tenga la forma de los esfuerzos de mi cuerpo, como la imagen del pájaro, es la tarea del topoanalista, esta tarea alude al problema del trabajo y del esfuerzo, evidentemente, porque para tener propiedad sobre algo debo trabajarlo, en especial la vida que se me ha dado, ella no me pertenece por ese don en sí mismo, sino por la línea que describa el sostén permanente de mi acto individual.


El topoanálisis no busca quimeras ni tampoco duerme en utopías imposibles, este arte descubre en los sueños y en la vigília la superficie del deseo por donde llegamos a sentir ese nudo donde anida el corazón.


Nuestro paladar nos transporta por el espacio y por el tiempo gracias al nudo con nuestra rememoración, esa función del espíritu que se siente en lo real pero que se anuda solo a través de lo simbólico, esa función es la brújula en la selva que el toponalista explora.


Aún cuando lo vivido desborda en mucho a lo recordado, este hilillo nos orienta en las asociaciones que vamos componiendo, nos ayuda siempre a encontrar sus melodías básicas.


La función del paladar no está meramente relacionada con la funcionalidad del sentido del gusto empíricamente hablando, sí nos acercamos a la etimología etrusca de tal significante, verémos que falad (cielo) derivó al latín como palatum que se refirió primero a la bóveda celeste antes que a la boveda bucal, de modo que nuestra alusión al paladar está justificada, ésta búsqueda de un puente entre lo celeste y nosotros se sostiene además por la función del deseo, a saber, dejar de buscar el astro que se echa en falta y sostener la enunciación.


Ésa relación a la bóveda celeste siempre ha estado históricamente vinculada con la función del deseo. Desiderare, se compone de sidus, que viene de sideris o sea astro, así está en el corazón del deseo aspirar a lo celeste, apuntar al palacio del cielo que se abre por la bóveda de nuestra boca, por el movimiento de nuestra lengua y por la acción del verbo que ilumina la noche del silencio.


Está en la base misma del desear este sentido que le damos a la función del paladar, a saber, aprehender la manifestación en la tierra de las resonancias de eso que el deseo tiene de celestial y de divino en la palabra hablada.


Ahora bien, no en vano nos tropezamos con la boca en las cosas del saber y del sabor, como ya vimos, así como tampoco nos dejamos de vincular con ella cuando hemos explorado esa intimidad entre el deseo y un astro que no se encuentra en el firmamento, pero que se crea con el decir de nuestros labios.


Así desde esta exploración de los límites de nuestra experiencia vital y discursiva, encontramos que es el esfuerzo de nuestra boca lo primero que comienza a hacer nuestro refugio en el lugar del Otro, nuestro nido en el lugar de la palabra, porque hacemos nuestra casa cuando habitamos en ese único trabajo que la cultura nos dió, hablar entre nosotros.


Nada más básico. Así como tampoco podría ser menos básico el nido donde solíamos hacer este trabajo, la mesa. Ese maravilloso nido del ritual humano más sublime, nido que alberga las secuencias y los ritmos que son las bases para entender la vida, las secuencias cotidianas del comer y del hablar. Del ocio y la líbido.


La imagen condensadora del ritmo humano que toda cultura se esmera siempre en engalanar es la mesa, la mesa es el lugar de culto de la familia humana, o sea, de aquellos que comparten y sacian juntos la fames, esto es el hambre. La satisfacción por fuera de lo meramente fenoménico y físico que el deseo nos transporta a cada uno como miembro de la especie, se consuma en la imagen y el rito de la mesa como modelo del padecimiento en lo cotidiano que vivimos con gusto para poner en la mesa ese goce efímero que es el pan de cada día.


La buena mesa está hecha para enseñarnos que son las pequeñas cosas de la vida las que encierran nuestro destino, las más efímeras, como una comida en familia. Finalmente, el topoanálisis tiene ese estilo de conseguir lo grande en lo pequeño, porque para el acto creador el principal atractivo se encuentra en las diferencias que enlaza con su trabajo.


Mis conceptos están al alcance de todos, son los propios de la ciencias del hombre pero articulados en un discurso que transmita la situación actual de la intimidad y el valor del inconsciente que anida las palabras más sencillas.


Las imágenes poéticas nos hablan desde fuera, pero la intimidad que guardan y gracias a la cual resuenan en nosotros, se hace eco desde dentro del alma y del deseo.














































 
 
 
Featured Posts
Check back soon
Once posts are published, you’ll see them here.
Recent Posts
Archive
Search By Tags
Follow Us
  • Facebook Basic Square
  • Twitter Basic Square
  • Google+ Basic Square
bottom of page