El espacio, el cuerpo y el otro
- Andres E. Borregales M.
- Jun 11, 2018
- 9 min read

Nota del editor: Texto finalmente presentado en el ciclo de charlas Tardes de psicoanálisis en la Aociación Cultural Club Cronopios.
A Florencia, tu eres mi espacio más deseado.
“Utilizo las palabras como quien utiliza el barro para modelar”
Juan luís Moraza
Este texto recoge las notas y apuntes que dieron nombre a una charla que no se dió por motivos ajenos a nuestra voluntad, vale la pena mencionarlo, el día que iba a hablar por primera vez de manera formal sobre el espacio como función y alienación elemental en el registro imaginario, fue clausurada la asociación cultural Club Cronopios, es decir, el espacio donde iba a hablar.
Al equipo de esta casa que me abrió las puertas y permitió que en cuatro oportunidades se produjera la elaboración de mi discurso dedico mi solidaridad y estima.
Mi interés por el tema del espacio como función de nuestro entendimiento venía de antes y lo cierto es que no se cristaliza como un primer recorrido en lo abstracto sino a partir de una experiencia en lo concreto, a saber, mudarme a una habitación en Barcelona que era más pequeña que una caja de zapatos y a la que recuerdo siempre con mucho cariño.
Partamos de la base que nos regala ese juego complicado que sucede entre un sujeto, su cuerpo y su espíritu, dicho anudamiento se clava en una falta que llamamos el deseo y así forma la primera y verdadera dimensión del espacio tal y como la entendemos desde nuestra enseñanza del psicoanálisis.
La imagen del cuerpo del otro se articula con ese vacío en el ser que es el deseo propio y desde ahí se anima toda la pregunta por mi suerte, mi destino, es decir, como me repito en función del tiempo. Verán que aun cuando cada alienación es independiente la una de la otra, el espacio y el tiempo se expresan conjuntamente solo exceptuando momentos límites y en ciertos cuadros dentro de las psicosis.
Recordemos que estamos en un taller de trabajo.
Bruno Zevi en El lenguaje moderno de la arquitectura nos recuerda que “los vacíos vividos son los lugares específicos de la arquitectura”. ¿Cómo supo nombrar los lugares más cotidianos de la vida de una forma tan bella y perfecta? Esos vacíos vividos son para mi de manera primera y esencial nuestros cuerpos propios, ya que es la primera indicación infalible de que en tanto representación estoy en el espacio como representado por mi cuerpo.
Así Zevi nos enseña esa adhesión de la arquitectura con la vida orientada a manifestarse siempre hacia lo exterior, a su vez nos permite apreciar como el discurso que nos viene del Otro gracias a la metonimia y al tiempo, nos orienta desde el interior hacia la imagen de la especie en el espacio, es decir, el primero en la forma del sentido interno (tiempo) y el segundo en la forma del sentido externo (espacio).
El psicoanálisis identifica las exigencias elementales de la subjetividad, estas exigencias son también elecciones forzadas, alienaciones en última instancia que es de lo que estamos hablando. De esta estructura nos es dada una bella metáfora que en la arquitectura orienta a considerar la construcción de cada proyecto, de cada casa en sí misma como si fuera la primera casa de la historia, a saber, la respuesta de cada uno a las elecciones forzadas en cuestión.
Han sido necesarios milenios para que el hombre se posesione del espacio, el hombre primitivo sentía temor de este, el lenguaje contemporáneo no lo asumió como una forma de su propio entendimiento y desde el psicoanálisis tampoco lo abordamos como una función efectiva en las maniobras de la cura, del tratamiento, especialmente cuando se temporaliza, es decir, cuando se desplazan de manera simbolizda nuevas significaciones de lo que en un comienzo solo se presentaba en la rigidez simétrica y canónica que siempre es imaginaria.
El ángulo es por excelencia el núcleo privilegiado, la bisagra de todo espisodio humano, no así la totalidad armónica que nunca trae nada rico o bello. Esta orientación nos permite conocer y ampliar los límites de lo interior y de lo exterior que es la única forma de hacer discurso, porque para estar afuera debe haber habido la simbolización de un adentro.
Temporalizar es en arquitectura modificar el punto de vista, descomponer la materia al espacio haciendo uso de ese apoyo indispensable que es el tiempo para liberar así al campo de la representación especular entre lo real y lo imaginario. Lo anterior ocurre en la arquitectura cuando un recorrido exalta al acontecimiento implicado en las interacciones de las funciones humanas.
Esta descomposición de las propiedades de la materia en el espacio, se nos viene a la cabeza a su vez como uno de los signos cardinales de la desestabilización psicótica.
La batalla contra la perspectiva que comenzó el pintor Diego Velázquez en 1656, es la batalla contra los ideales como anticipaciones fijas en el tiempo, es decir formas directas e inmediatas en las que se pretende hacernos ver el mundo, para mi el psicoanálisis participa con cada experiencia de esta lucha.
Ideales en el sentido por ejemplo de la ciudad organizada bajo la tutela de las funciones que le son emblemáticas en la absurda creencia del poder:
los cuarteles para la doctrina de la brutalidad
las cárceles para el ejercicio del odio
los cementerios para el oficio del olvido y
los manicomios para la práctica del abandono
En la música como en la vida las disonancias son tanto más racionales que la consonancia, los sonidos o tonos se distinguen los unos de otros de una forma individual, de ahí que sigan siendo disonantes en sentido estricto pero consonantes en el tiempo.
Arnold SchÖnberg fue uno de los fundadores del lenguaje musical moderno, por darle la espalda al terror suscitado por el cambio que desemboca en lo geométrico y en la proporción, es decir en la asonancia y en la simetría. Siento que en el análisis suceden cosas de este tipo, hay un cambio de posición del paciente con respecto al horror que implica el saber inconsciente y esto permite la creación de un espacio en lo simbólico, por decirlo de alguna manera, un espacio que es verdaderamente nuevo para el sujeto.
Así la arquitectura transmite tanto como en un recorrido analítico, que los acontecimientos de la vida están en constante dinamismo, lo que el sujeto se procura en sus inhibiciones, sus síntomas o sus angustias es justamente tratar de graduar este dinamismo pulsional como tal, así la fluencia de un ambiente dentro de otro en una casa, en vez de pequeños cuartos separados, es un hermoso símil de cómo los sujetos a menudo sufren de procurarse en sus vidas unos espacios perfectamente compartimentalizados: el gimnasio, la casa, el trabajo, el spa, el contador, el dentista, el análisis, etc. martirizándose con alcanzar una imagen perfectamente acabada de sí mismos.
Una cura podría estar dirigida a orientar a ese anudamiento que es la subjetividad, en una recaptura de la dialéctica de su deseo, conformando así los espacios subjetivos sobre el tiempo lógico del inconsciente y no sobre ideales que son meras anticipaciones a una forma de ver el mundo y de ser en el tiempo .
El psicoanálisis enseña que el hombre ha perdido la supuesta unidad espacio-temporal conocida bajo el nombre de la unidad Yo -conciencia -volición, en este sentido todos somos seres excéntricos.
Hay puntos en común entre las invariantes del discurso de la arquitectura moderna y el psicoanálisis, la llamada sintaxis de la descomposición cuadridimensional presentada en la obra de Bruno Zevi, está relacionada con lo que hemos dicho de temporalizar tanto en arquitectura como en el psicoanálisis.
Se trata de ubicar en una cura analítica lo imaginario en tanto que este implica para nosotros la alineación elemental al espacio, función que señala primariamente al Yo, la supuesta vida vigil y consciente, en la imagen especular del cuerpo del otro, por eso la utilización del divan.
En el análisis, la imagen del cuerpo del analista es el lugar donde ocurre la alienación al cuerpo propio, precisamente porque al elidir la imagen especular se vuelve a reintroducir la variable temporal que viene por la interpretación del psicoanalista, redinamizándose las tres instancias de la vida anímica: Ello, el Yo y el Superyo con la proyección que implica nuestra realidad empírica, gracias a la atemporalidad del inconsciente.
Esta redinamización de la vida anímica resuelve con eficacia los compromisos sintomáticos cuyas matrices son imaginarias, porque hace asumir a cada acto del cuerpo propio como un movimiento del deseo y a cada movimiento del deseo como una acción o inhibición de nuestro cuerpo.
Pero aun más, esto nos da una forma renovada de conducirnos en la clínica actual si queremos tener una incidencia en la sintaxis de los actos del paciente, donde con frecuencia es en lo imaginario donde se coloca la supuesta vanguardia de su vida, ya que en última instancia se trata de saber hacer con un pliegue entre lo real y el tiempo que es dialéctico y permite el cambio a diferencia del espacio donde, por definición no hay movimiento y es rígido.
Esto lo hemos de articular con el hecho de que solo el lenguaje nos permite afirmar al cuerpo como Uno en el tiempo, sosteniendo la consistencia de esta individuación del cuerpo en lo imaginario o sea como cuerpo en el espacio, haciendo a su vez que se nos escabulla un real entre los dedos, un real que es el nuestro en el devenir de mis actos por ser en lo real donde ubicamos las sintaxis del animal humano cuya cualidad es propiamente la palabra oral y escrita.
Cuando aludimos a los actos necesariamente abordamos el problema de la materia de la que estamos hechos, esto es lo efímero del goce y como eso se vincula con el espacio es decir con lo imaginario, único registro de la subjetividad donde es posible la extensión como condición de mundo corpóreo y sus objetos.
Este enlace imposible lo suple el tiempo, a saber, lo simbólico evocando para ello que ya la idea del cuerpo propio en este registro simbólico, es exactamente lo mismo en el inconsciente que la imagen de la especie en el registro imaginario.
Así podríamos decir que somos siempre otro.
Otro en el espejo de la imagen del semejante que nombro como Yo. Somos también otro en el espejo de la palabra como función de mi inconsciente y además otro en lo real, por no tener más acceso a lo que soy, a la materia de la que estoy hecho sino en mi propio obrar, entiéndase en mis actos que son efímeros y cuya significación interna solo me es dada a posteriori, solo desde ahí tengo la posibilidad de abrir desde adentro el saber eterno acerca de lo que estoy hecho, de lo que soy capaz e incapaz, de lo que es imposible.
Esto nos señala nuevamente las alienaciones cardinales que se ponen en juego en cada uno de los registros subjetivos, bien podríamos decir que esto es la forma en la que eso que somos se apega a la vida como enigma, como realidad inacabada.
Por cuestiones de espacio nos limitaremos a señalar que el ser hablante no tiene otra solución que enajenar su cuerpo en lo real a la imagen del semejante, a la imagen de la especie en lo imaginario, así se aprende a caminar y a hablar, sintiendo a la vez el ritmo del otro.
El sujeto aliena también su deseo al significante del Otro, esa rara anticipación que implica la idea del hombre, un pulso marcado en la función de la palabra que le viene de ese Otro, del lenguaje y del tiempo.
Antes de que la palabra se articule propiamente con el compás de la significación, cuya metáfora es el cuerpo propio como hemos visto, ya los tonos y timbres infinitos en la orquesta que es la voz ensayan en el lale del bebé el uso del instrumento natural humano.
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Así como en esa contingente interacción real entre la obra de arte y el espectador, el segundo es llamado por el primero, así también en el análisis la tarea del analista es hacer semblante de esta obra que es la causa del deseo del analizante, permitiéndole captarse en un mismo radical etimológico que le da una clave del enredo entre su éxtasis o su goce, el estatus simbólico del sentido de sus identificaciones y su estatua, es decir, es el lugar agujereado de su yo desde donde experimenta parte de su realidad psíquica.
El radical etimologíco y lingüístico fue aquí una orientación elemental de este trabajo, estatua, extasis y estatus derivan todos de la misma raíz indoeuropea sta, del verbo y la acción de estar.
En este ejemplo que nos da el escultor vitorino Juan Luís Moraza en la revista psicoanalítica Pliegues Nº1, podemos apreciar de manera simbólica e imaginaria la fijación real a un elemento contingente y el armazón lingüístico que lo bordea en el discurso como lugar del Otro, abriendo lo imaginario al tiempo gracias a una dirección de la cura así orientada, es decir, un nuevo arreglo con el espacio como lugar del otro pero sobre todo con el eros del deseo como verdadero fundador de la función del espacio mismo.
P.D.
Algún tiempo después de que la charla nombrada como este texto no se diera, nos encontramos con un texto de Bernard Nominé que lleva por título: El cuerpo, El Otro y el goce. Vaya a esta similitud y casualidad nuestra sonrisa afectuosa.
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