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Las dimensiones del tiempo

  • Andres E. Borregales M.
  • Jun 1, 2018
  • 7 min read

Jorge Luis Borges, Central Park, NYC por Diane Arbus, 1969)

A Flor, tu estas en todas mis dimensiones.









Parecerá que es raro comenzar un trabajo cuyo título alude inmediatamente al problema del tiempo mencionando un par de cosas desde el espacio, no obstante nos decimos cómo podemos así que no encuentro en esto mayor inconveniente.


Tal y como el espacio se nos presenta tanto a nivel fenomenológico como a nivel simbólico con las tres dimensiones conocidas y manejadas por todos de alto, ancho y profundidad, de igual manera el tiempo debe ser reinterpretado por nosotros en al menos tres dimensiones a su vez.


Anticipación, sucesión y retroacción, cada una de estas dimensiones temporales que introducimos aquí ocurre en un pliegue de la topología subjetiva que podemos ubicar muy precisamente y eso buscaremos a continuación.


Veamos de qué manera se articulan.

  • La anticipación se encuentra entre lo real y lo simbólico.

  • La sucesión sucede entre lo real y lo imaginario.

  • Y La retroacción ocurre entre lo imaginario y lo simbólico donde el real que queda por fuera es la orientación clínica en los límites del trabajo de la rememoración en la medida de los actos.


Un ideal es una relación temporal particular definida en forma anticipatoria, el ideal es una anticipación al significado del deseo del Otro, también lo podemos llamar una idea, ese "se me acaba de ocurrir algo" en el curso de la psicopatología de la vida cotidiana.


La anticipación necesariamente es un momento de Eureka! La sorpresa, el asalto es la vivencia por excelencia de ese raro fenómeno del futuro anterior que se articula entre un real en juego y un significante que proviene siempre desde el lugar del Otro de una forma invertida, una experiencia que articula al ser hablante a una anticipación en su dialéctica temporal con el lugar de la falta en el Otro. De ahí es de donde vienen las ideas.


La anticipación es la dimensión del tiempo donde el ser hablante se repite como una sola letra, no alfabética sino como ese resto de la escritura de mi mismo en la sintaxis de mis actos, esa medida que solo habito inconscientemente en cada movimiento de mi cuerpo.


Esta letra que que uno es en tanto que se escribe como sinthome, un síntoma especialmente repetitivo y del cual en función del tiempo se genera un valor de uso, en términos de valor para el deseo este sinthome es la ganancia saber en la repetición al final de un análisis vía la identificación. Cómo ese deseo falla en lo que persigue y aun así sostiene en el goce, en el dolor de existir.


En esa repetición inconsciente que escribimos en las sintaxis de nuestros actos y que llamamos conducta, suponiendo siempre a estos actos en el tiempo y en el espacio, en ese lugar, ahí donde se repite el significante que tomamos para encarnarlo en el lugar del Otro, podemos verificar la independencia de este último como registro simbólico propiamente dicho, independiente de la causación subjetiva.


El sujeto puede elegir entrar o no en el juego del lenguaje como el autista bien lo enseña, donde el primer acorde esta comprometido, pero el registro simbólico siguirá siendo independiente de su entrada o no en el tiempo.


Esto nos lleva a hablar de la sucesión la cual establece que antes de que aparezca el agujero que es el yo y del cual la supuesta personalidad no es sino su borde, el sujeto del inconsciente se define por aparecer en las discontinuidades del significante y sus cortes en la materia que son los actos, cortes que en el cuerpo humano sirven para definir el espacio y silueta del primer cuerpo que es el del otro, el cuerpo del semejante en tanto que aporta el Uno del cuerpo individuado, un cuerpo con una situación en el espejo, es decir en el espacio.


Así tal y como un espejo amplía la sensación del espacio en una habitación, en la alienación imaginaria el cuerpo del semejante y su imagen en el espacio ocupan el lugar del vacío, del primer punto ciego, del punto fuga por donde se anima y amplia el campo del deseo de reconocimiento de la especie, es decir, el registro imaginario propiamente hablando.


Pero volvamos al tiempo, la sucesión constituye el sentido del tiempo cronológico o cronológicamente imaginario de nuestra relación con lo simbólico, es lo que se conoce en neurofisiología como ritmos circadianos o también como solemos decirle el presente, el instante.


El hecho de que el niño pueda simbolizar los ritmos y formas en la que su cultura le regula el manejo del tiempo en la vida cotidiana, radica eminentemente en que como abstracción que es en lo social pueda creer poder manejar el "sentido común" de una dimensión temporal específica.


Esto remite en la cultura por ejemplo occidental a que en la noche hacemos ciertas cosas y en el día hacemos otras.


Técnicamente la sucesión permite que en cualquier punto de un discurso, una escansión, una interrupción de la palabra traiga lo dicho al fugaz pero real "Aquí y Ahora" tan necesario en la conducción de toda cura.


Finalmente la retroacción nos enseña Freud es la forma simbólica en la que se expresa ese pliegue entre lo que el Yo en lo imaginario y en tanto que agujero, no cesa de no escribir de lo que supone como identidad en lo real. La retroacción evoca eso que en el tiempo, es decir en lo simbólico llamamos memoria o rememoración para ser exactos, la rememoración de un sujeto que no encarnamos sin estar primero en falta.


Aquí hacemos referencia eminentemente a conocer y recordar mi propio pasado.


Estas tres dimensiones del tiempo, la anticipación, la sucesión y la retroacción que nuestro abordaje del discurso considera en la experiencia subjetiva como una experiencia humana en el sentido más dinámico posible, nos llevan a concebir a la experiencia del análisis tomando a los tres registros como coordenadas para ubicar una dimensión del tiempo en su pliegue propio.


Quizás el discurso científico no pueda leer esto con claridad ya que él mismo maneja cálculos y métricas, los psicoanalistas por el contrario trabajamos con el goce bajo transferencia y el manejo de esta última se define esencialmente por el manejo del tiempo.


Entiendo que la entrada del ser hablante arranca por ser hablado, verbo en tiempo pretérito irónicamente cuando la anticipación implica justamente un real del tiempo específico en el que se conjuga el deseo del Otro, esto es el origen del lenguaje, un real que no pasa por una traducción subjetiva más allá de la angustia sino que tal y como el lapsus enseña, es un real que se adhiere a mi lengua porque el Otro habla en mi. Esto nos vuelve a evocar claramente la independencia del lugar del Otro respecto del mío que es también el de mi cuerpo propio. Traducción clínica, hay varias maneras de estar enfermo por y en el tiempo, de ser afectado por su dominio.


Las palabras de los padres transmiten al bebé la idea, es decir la anticipación temporal de que eso quiere decir algo, esas palabras se inscriben en el cuerpo del bebé que es lalangue como tal, es decir el cuero sobre el que rebotan los ritmos y pulsos de la lengua materna, porque las palabras son tonos antes de ser significados y lo que digo se verifica en el hecho de que todos tenemos ideales en la cabeza, a saber anticipaciones al deseo del Otro, formas en las que quisiéramos ser por así decir.


Esa idea transmitida es la Idea de la especie, del hombre humano, de la humanidad y del Otro, la cual en realidad nadie sabe bien qué es pero que ciertamente inaugura en lo simbólico a la anticipación como primera dimensión en el tiempo, primera a falta de mejor manera de nombrarla.


El tiempo ha venido a definir a la nuestra como una especie hablante, especie que es al latín lo mismo que idea al griego,es decir una confirmación porqué en el inconsciente no aplica el principio de contradicción que rige el principio de razón suficiente.


El primer significante me es dado desde el lugar del Otro, de manera tal que esa Idea, esa anticipación en el tiempo ubica un primer S1 fuera de sentido, significante primordial en la causación subjetiva.


Las dimensiones del tiempo hasta ahora descritas coinciden con los tres tiempos lógicos que conocemos bajo la estructura del instante de ver, el tiempo de comprender y el momento de concluir tanto en su aparición en el transcurso de una cura como en la articulación de las funciones analíticas. Pero dejaremos dicho abordaje para otro trabajo.


Evidentemente lo que estamos tratando no es rígido, la metáfora esencial del tiempo es el río de acuerdo con Jorge Luis Borges, cuando evocando a algún poeta nos recuerda, por ejemplo, que “nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar que es el morir”. Nos trata de decir algo de la dinámica del meandro de la vida, como no-toda ella se identifica con la muerte, quedando suelta y libre para ser así vida real.


Las tres dimensiones temporales están permanentemente articulandose y rearticulandose en esa estructura freudiana del Ello, el Yo y el Superyo que es el psíquismo del hombre y de la mujer.


El Ello es ese lugar en mis actos desde donde insiste un real de mi mismo que resiste a ser simbolizado, a darse por sabido. Mientras que desde el Superyo viene ese pliegue de la voz que comanda vergüenza y culpa necesariamente en la neurosis y autoreproches y persecución difamatoriamente en las psicosis.


En el análisis “tumbar” un Ideal tiene que ver con tumba, con sepulcro y con entierro, es decir con un duelo por la muerte de una manera propia de ser en el tiempo. Esto define y repercute en una manera de dejar de ver y de experimentar el mundo.


En lo anterior vemos un trabajo del analizante que el analista acompaña, a este último le toca marcar el ritmo que toca con la melodía del paciente, cómo? En el señalamiento de sus contradicciones o las paradojas en su decir, por ejemplo, porque es el mismo paciente desde el Otro inconsciente que lo habita quien interpreta simultáneamente ambas voces de si mismo esquiciadamente en las neurosis y desquciadamente en las neurosis. .


Asistir a ese duelo también nos recuerda que podemos darnos cita en la aparición de nuevas ideas, la retroacción devine anticipación, de modo que pueden ser ideas que quizás no persigan desesperadamente a un ideal, en el sentido de un nuevo velo sino más bien de pistas que puedan servir al deseo del analizante para irse leyendo a sí mismo en tanto que deseo del Otro, incluso porqué no un poco más allá, una idea que permita encontrar eso que soy ahí donde el tiempo no me puede tocar.


Qué soy ahí en los límites del tiempo.






 
 
 
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