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¡Angustia ahora!

  • Andres E. Borregales M.
  • Feb 23, 2017
  • 8 min read

Nota del editor: Texto presentado en el encuentro bienal de los Foros del Campo Lacaniano de America Latina en el año 2014 en la ciudad de Caracas.

¡Angustia Ahora!

Este trabajo pretende hacer avanzar un tema que no es demasiado popular y sin embargo no deja de ser fundamental, tanto en nuestros tiempos actuales como en el discurso analítico. Cómo su nombre lo indica en el equívoco título presentado: angustia ahora, alude al campo de la angustia en nuestra contemporaneidad y en el sentido de una irrupción que funciona sin red, a saber la experiencia de la angustia en tanto tal.


Colocando algunas breves coordenadas sobre el tema, sabemos que Freud coloca a la angustia como un elemento constituyente del sujeto y un punto clave de toda la teoría analítica, aseverando que es la angustia el motor que genera el proceso de represión y que en la base de todo mecanismo sintomático, se nos presentan las claves de una particular evitación de dicha angustia fundamental.


Así mismo podemos apreciar en el Seminario X, que el lugar que Lacan guarda para este afecto es el del vacío en términos de una función estructurante, un afecto que se ubicaría en relación con el deseo del Otro.


La angustia es pues la irrupción de lo real en la existencia, en éste sentido y colocándonos a nivel de la clínica, se constatan las dificultades de su manejo y las claves de la complejidad del que sería para Lacan en 1963 “el único afecto que no engaña”. Volveré sobre éste punto más adelante.


Basándonos en lo anterior valdría la pena preguntarse:


¿Quizás la angustia ahora no sea tan terrible?


No nos referimos, lógicamente, a la experiencia de lo horrible, lo oscuro, lo inquietante que siempre está enmarcado en el campo de la angustia, sino a la posibilidad que se le abre a un sujeto, dependiendo del lugar donde esa angustia sea recibida, para ubicar algo que por espeluznante que sea no le miente, no le engaña como tantos otros afectos que afectan al tan cansado sujeto contemporáneo. Veamos una viñeta clínica que podría permitirnos elaborar nuestra hipótesis y hasta cierto punto confirmar que hay siempre un cierto vacío que preservar.


Como parte del servicio de psicología de una institución educativa de esta ciudad, me encontraba una tarde en mi oficina cuando recibí la llamada de parte del servicio de enfermería, era la voz de la doctora del liceo, quien se escuchaba más nerviosa que de costumbre y me demandaba que me presentara en su servicio inmediatamente por motivo de una emergencia.


Al llegar me encontré en la oficina de este servicio a un joven bachiller de 16 años sumamente angustiado, le costaba respirar y se le hacia muy difícil poder hablar.


Le pedí al estudiante que pasara a la sala de enfermería donde habían unos cubículos con camas en donde el podría recostarse, en este punto la condición del chico se agudizo, al acostarse comenzó a llorar profusamente, subiendo el tono de su voz para manifestar su idea de estarse volviendo loco, su incapacidad para sentir su cuerpo y la pregunta insistente ¿me voy a morir? ¿me voy a morir? Opte por mantenerme de pie al lado suyo y ciertamente paralizado por unos instantes, sin saber que hacer, comencé a preguntarle todo lo que se me vino a la cabeza: ¿Cual es tu nombre? ¿Qué edad tienes? ¿En qué sección del colegio estas? ¿En qué año te encuentras? ¿Cómo se llaman tus padres? Etc, el chico daba respuesta a mis preguntas, pero no por ello su estado se modificaba, en la medida que iba respondiendo seguía diciéndome que no sentía su cuerpo y afirmaba que se estaba volviendo loco.


Le pregunté acerca del momento en que se comenzó a sentir tan mal y me respondió que estando en clase había recibido un mensaje de su madre, la cual le hacia saber que había encontrado la marihuana que escondía en su cuarto, justo después de esto y mientras aun estaba en el salón comenzó a experimentar una angustia sin precedente. Decidí examinar si había consumido cannabis ese día, a lo cual el respondió negativamente.


Vale la pena destacar que todo esto ocurrió en minutos y que el muchacho seguía muy descompensado a pesar de ir pudiendo dar respuestas. Llegado cierto punto, después del tema del mensaje de texto de la mamá de nuestro angustiado, sin alguna razón o motivo conocido de antemano, le pregunté sí el sabía Cual era mi nombre? Resulto ser que lo desconocía, precisamente porque con mi angustia y parálisis al comienzo del abordaje, en efecto, yo había olvidado presentarme e identificar mi función. A partir del momento en que el estudiante no pudo ubicar mi nombre, desconociéndolo totalmente pero cuyo efecto le quitaba a la angustia su certeza, su respiración comenzó a normalizarse, su llanto se fue deteniendo y el se logro recomponer al poco tiempo.


Al final el joven permaneció un rato respirando dentro de una bolsa de papel, nos comunicamos con su familia y el sería recogido por la madre más adelante esa tarde. Yo salí del colegio casi tan angustiado como el chico había llegado, necesitando un cigarrillo desesperadamente y con muchas preguntas en mi cabeza, preguntas que no se vendrían a responder sino bastante tiempo después.


Hoy en día no se para de hablar sobre cierto concepto psicológico llamado ansiedad, la cual no hace alusión sino fundamentalmente a la categoría de los afectos del hombre, a ese universo que inunda la existencia humana y de la cual el ser que habla no hace más que buscar mecanismos de expresión de estos afectos. De ahí que los afectos parecieran estar un primer momento transportados por el lenguaje, mediante el cual se trata de dar cuenta de ellos, es decir, de eso que el sujeto siente. En este orden Freud anuda radicalmente el afecto a la pulsión, habiéndose postulado lo que podemos estructurar como las dos interrogantes siguientes: ¿Qué es lo que afecta a un sujeto? A lo cual responde: La pulsión, y aún más, una segunda interrogante ¿Cómo lo afecta? Por la vía de sus representaciones psíquicas. De acuerdo con Freud (1915), y en función de lo que habíamos ido asomando tímidamente antes, que como veremos a continuación, es en este último terreno donde el papel del lenguaje presenta toda su potencia en el ser humano, que no es ser sino de palabras.


Debemos apreciar que la pulsión en tanto tal, no será ni consiente ni inconsciente, sino solo podrá ser representada por la representación psíquica, dando como consecuencia que el afecto sea desarrollado sobre y por el plano simbólico. Veámoslo más de cerca.


La pulsión atada a una representación psíquica viene a constituir eso que llamamos un afecto, pudiendo afirmarse que el afecto es un efecto de la pulsión, ahora bien, el enlace que guarda el afecto con su representación se puede desanudar, es lo que Freud vendría a constatar y definir a través del proceso llamado represión, en el cual y debido a que las propiedades tanto del afecto como de su representación son irremediablemente distintas, así también los destinos que cada una tenga en la vida del sujeto serán del todo diferentes.


Explicando lo anterior podemos indicar que una representación de la pulsión puede tener un efecto de división sobre el sujeto, provocando una fuerte alteración en su vida psíquica, lo cual la haría insoportable y objeto del proceso de represión, para así venir a pasar al inconsciente, sin embargo, el afecto propiamente dicho no se reprime sino que se anuda a una nueva representación psíquica que es tolerable para el sujeto, manteniendo de este modo su vínculo con la pulsión, lo que lleva el nombre en la letra freudiana de “quantum de afecto”. De ahí que éste vuelva a conseguir su poder de afectar al sujeto, pero gracias al proceso de represión descrito y el nuevo enlace con una representación aceptable, el origen de dicho afecto se presenta ahora nublado y en algunos casos ajeno a quien lo experimenta, por lo cual podríamos afirmar que no habiendo afectos inconscientes, solo hay afectos desconocidos.


Este punto es fundamental porque nos señala la naturaleza desplazada del afecto, como ya lo hemos indicado pero con respecto a la ansiedad como constructo psicológico y basándonos en esta lógica que los afectos involucran, en tanto que siempre desplazados sobre la vía y por la vía de sus representaciones psíquicas, nos vemos obligados a introducirnos en un meollo capital para comprender dicho concepto en nuestro contexto. Y es que si la ansiedad como constructo teórico, no tan contemporáneo pero si muy en boga en nuestros días, nos interesa en el tejido que nos atañe es porque alude a la única excepción del carácter desplazado de los afectos, ya que el sustrato afectivo de la llamada ansiedad como tal no se revela en su dimensión más profunda, sino porque alude al solo afecto que no hace un enlace desplazable, en este sentido, al notable afecto que no distrae por el vínculo con una representación simbólica aceptable, al corte que implica la angustia con respecto al engaño del significante, puesto que ella es certeza horrible…


Habíamos dicho ya que Freud (1926) nos indica que no es el proceso de represión el que genera la angustia en el sujeto, la angustia existía antes de la aparición del mismo y es por el hecho de que éste sea colmado en su demanda, que se presente el horror de la falta de la falta, de donde surge la perturbación en la que se manifiesta la angustia, como hemos podido ver en el llamado ataque de pánico del estudiante en el colegio, donde no fue sino hasta que la falta volvió a tener su carácter de vacío, que fue mostrada y vista como agujero, si me puedo expresar así, que se pudo detener todo aquello. No obstante la riqueza de este material clínico no radica en que se haya podido manejar una experiencia de ese tipo, sin experiencia y en ese contexto, no, la hipótesis que este caso nos invita a plantearnos radica en el hecho de que si hoy en día y más que nunca, en nuestra postmodernidad, la imagen y el significante no paran de dejar huellas falsas, según Lacan en su seminario, entonces quizás la angustia sea el punto y precio que un sujeto tenga que ir a pagar para encontrar un lugar que no le engañe, sino que le de un señuelo de su deseo y algunas pistas sobre su subjetividad… Ciertamente seria posible si hay uno que ocupe otro cierto lugar y practique otra escucha.


Como hemos visto tantas veces en tantos contextos, se nos invita desde el campo psicológico a ver a la ansiedad como una reacción emocional, que como ya sabemos es siempre una respuesta antecedida por la presencia de la angustia como afecto que no miente, que no hace dudar de su presencia, cuestión que aludiría a la misma como producto de un origen específico. Es decir, que bajo la significación analítica la angustia no es sin objeto, ciertamente esta puede no estar asociada a un factor claro en la realidad, pero si a lo real de un sujeto específico.


Es por la medida en que no posee el carácter siempre desplazado de los afectos por efectos del orden simbólico, la angustia le declara a un sujeto, la mediana, entre su deseo y su goce, es decir, eso que lo hace vivir y sufrir de un modo específico y que podría bríndarle la posibilidad de cambiar algo de esa ecuación.



Gracias.


Referencias Bibliográficas:


Freud,S. (1894). “Primeras Publicaciones Psicoanalíticas . En Obras Completas, Tomo XIV. Buenos Aires: Amorrortu editores, 1996.


Freud, S. (1915) “La represión”. En Obras Completas, Vol. XIV, Buenos Aires: Amorrortu editores, 1996.


Freud, S. (1926) “Escritos Breves”. En Obras Completas, Vol. XIV, Buenos Aires: Amorrortu editores, 1996.


Lacan, J. (1963). Seminario X. La Angustia. Buenos Aires, Argentina: Paidós. 2006.

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